viernes, 23 de febrero de 2007

Un castillo de Bretagne

Sé muy poco de Bretagne, una provincia francesa ubicada al noroeste, en territorio normando. A diferencia de los paisajes provenzales, quizá más soleados, los paisajes normandos son más sobrios. Aunque sea verano y la luz del sol esté fuerte, siempre se percibe cierta "frialdad" en las fotos -siento no haber encontrado una palabra mejor-, una distancia entre el lugar y el espectador, como si ese paisaje perteneciera a un sueño o algún recuerdo ya perdido en el tiempo.

Más o menos esa impresión me dejó esa foto de un pequeño castillo de Bretagne que se alza pleno frente al mar, en lo alto de un acantilado. Sublime. No solamente la fotografía en sí misma, sino lo que evoca esa imagen. Al verla, me siento como en el 1200 -o antes-, e imagino un atardecer que busca reflejar sus colores en el agua tremendamente azul del mar. Desde el castillo miro ese paisaje imponente, y en un momento lo único que escucho es el viento viniendo del mar. Lo único que huelo es una mezcla de grama húmeda y sal, y solamente el cielo, el mar, mi castillo y yo le damos vida a ese pedacito de tiempo que se nos ha prestado.

Un amigo que vive en Francia me dijo una vez que para él Bretagne era "la verdadera Francia". Lejos del metro, los innumerables anuncios comerciales y el montón de turistas. Podría ser. Tendría que ir personalmente, sacar ese momento de la imaginación y darle vida de una vez, y volverlo más rico y hacerlo que respire, porque la realidad se especializa en superar a la ficción en estos casos -aunque no siempre lo consiga-.

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