viernes, 23 de febrero de 2007

Errare humanum est

Hace poco salió publicada la noticia en la Deutsche Welle: Un programa de computadora que "juega" ajedrez -Deep Fritz- le ganó al campeón mundial en ese deporte. Seis días duró el evento, y él no ganó ninguna de las partidas; pero no todo es del todo negro: aunque no ganó ninguna, la máquina le logró ganar solamente dos veces y cuatro veces hubo empate. El ruso Vladimir Kramnik se defendió hasta lo último, no solamente él y su prestigio mundial, sino a toda la raza humana frente a las máquinas.

No niego que uno no deja de sentirse mal por eso, sobre todo con el auge increíble -y por qué no decirlo, muchas veces incómodo- de las máquinas. Películas, artículos y demás han vendido la imagen apocalíptica de que las máquinas nos van a volver tan innecesarios que terminarán acabando con nosotros. Tal vez no necesariamente nos maten, pero sí nos vuelve más cómodos, más inútiles incluso: antes uno se aprendía los teléfonos de memoria, pero ahora, con el directorio del celular, uno no se aprende muchas veces ni el propio número ni el de la madre ni el del jefe. Todos somos víctimas de esto, es un mal de nuestro tiempo.

Las máquinas son como el dinero, como las tarjetas de crédito: no son buenas ni malas en sí mismas, sino que su impacto se lo da el tipo de uso que se le dé. Bien utilizadas son estratégicas para alcanzar gran número de metas y facilitarle el trabajo y la vida a las personas, pero mal usadas pueden ser unos demonios tangibles.

Ya muchas veces se ha dicho que el libro en Internet sustituirá al libro impreso, lo cual, para fortuna de los que somos devoradores asiduos de páginas y letras, y que de paso disfrutamos el ritual que acompaña la compra de un libro nuevo -tocarlo, sentir el olor de las páginas, hojear alguna página al azar para ver qué nos dice, etc.- no creo que llegue a darse tan radicalmente. Ciertamente la tecnología facilita mucho el acceso a los libros, tanto en cuanto a precio -muchos son gratis- como en cuanto encontrar ejemplares que no se venden en el país, pero sería una verdadera tragedia -no exagero- que la tecnología llegara a sustituir esos placeres tan humanos.

Para muestra, otro botón: el fútbol. Varias veces, creo, la FIFA ha debatido utilizar un aparato que especifique bien si hubo gol, el tiempo que tardó en entrar, la velocidad de la pelota y esas cosas. Pero nunca se ha aceptado, ni a nivel de FIFA ni a nivel de afición, por qué? Los fanáticos del fútbol podrán precisar mejor las fechas que yo, pero todo mundo recuerda todavía aquella final -o semifinal?- en la que Inglaterra le ganó a Argentina con un gol que, ahora se sabe con certeza, no fue gol. Pareció que entró a la portería pero no. Increíble cómo se les fue a los argentinos el sueño de las manos, especialmente muy poco después de que perdieron las Malvinas, ante el mismo rival, pero en el terreno político y no futbolístico. Un trauma histórico que todavía duele. ¿No se podrían evitar estas cosas con un pequeño aparatito? Pero no.

Y la razón no deja de tener un tinte idealista, casi poético: el fútbol, con sus aciertos y sus errores, se disfruta así como es. Un partido sería sumamente aburrido con un aparato en vez de árbitros a los que todo el mundo culpa cuando algo sale mal, y las peleas de los jugadores, y los debates de la afición que ve el partido en el estadio y en la televisión. Hay todo un derroche de emociones que, me atrevo a decir, no lo da ningún otro deporte, y "curiosamente", entre los menos cotizados y más aburridos están los que usan aparatitos. El fútbol no lo hace la pelota, ni las reglas, lo hace la gente que le pega a la pelota, los árbitros y jugadores que no siempre respetan las reglas, y la afición que disfruta de todo eso y que podrían recordarles las reglas de vez en cuando a todos ellos. Lo hacen los que gritan gol no importando a quien despierten, los que ven a su semana venirse abajo porque perdió su equipo favorito y eso.

Con estos dos ejemplos espero mostrar mi punto: las máquinas podrán pensar igual o más que nosotros, pero sentir jamás podrán, y ni siquiera los errores que tanto nos molestan son malos en sí mismos, porque las máquinas vienen programadas, pero nosotros no. Podemos aprender, reír, llorar, pelear, arrepentirnos, disculparnos, amarnos... VIVIR! Concluyo con el párrafo final de la noticia citada:

"Deep Fritz no jugó mejor, sino que un error del ruso le significó la derrota. Y, ya lo decía el dicho, errare humanum est. Como también lo es improvisar, fantasear, amar y tantas otras cosas en las que ninguna computadora podrá superar a los seres de carne, hueso y corazón".

No hay comentarios.: