viernes, 12 de diciembre de 2008

Para ayudarnos a esperar

Dadme para mi vida
todas las vidas,
dadme todo el dolor
de todo el mundo,
yo voy a transformarlo
en esperanza

Pablo Neruda, El hombre invisible


Hoy, más que nunca, descubro en estas palabras de Neruda algo que sólo puede aplicarse a Jesús. Es necesario ir al centro de la Pascua, al corazón ardiente del Cordero, del crucificado y resucitado para que el dolor se convierta en ofrenda, para que las puertas cerradas se conviertan en oportunidad, para que encontremos, en medio de todo, un motivo para seguir esperando, una luz que nos indique el camino.



martes, 2 de diciembre de 2008

Volviendo a casa

Pocos momentos se asemejan tanto a la felicidad como cuando nos plantamos ante la vida de frente, con la cara, a veces con la caja de lustre, por qué no, y conseguimos lo que queremos. Pero muchas veces es la vida la que se nos planta, y cuando esto pasa, qué? Adónde ir? Qué hacer? Donde buscar no sólo la solución, sino salvar la cara después de que la vida nos ha dado una buena bofetada y ha dicho simplemente "no"?

Cada quien tiene su forma de lidiar con esa bolsa hedionda y pesada que llevamos en los hombros todo el tiempo, que contiene todas esas plantadas de cara de la vida. Y los errores. Los miedos. La desesperación, la rabia, esa sensación de vagar por el aire, cayendo más bien, y aunque se haga de todo para volver a subir todo se vuelve caer, y caer, y caer...

No puedo decir que el oficio más hermoso del mundo, escribir, funciona para mí como terapia. Ciertamente me ayuda a soportar mejor la existencia en los días malos, a vivir con más alegría los buenos, y a reflexionar hacia adentro cuando las emociones intensas han pasado y lo que queda es la lección por aprender, o la decisión por tomar. Pero es más que eso. Escribir es respirar, estar cerca de eso que llamamos felicidad, plenitud, es vivir. Así que volver a escribir es volver a nacer. Es volver a casa. Y ahora con los blogs, un boletín por ahí, incluso un diario con páginas celestes -el azul tiene esa cualidad especial de infundir tranquilidad y plenitud...- esa vuelta a la vida se hace concreta.

Más en este nuevo año, después de un 2008 intenso, difícil, complicado y extraño, cuando la voluntad está fresca y el corazón calentándose con nuevos proyectos, veo un año en que pueden volver a salir reflexiones, literatura, un poco de filosofía por aquí y teología por allá, y hasta historias cortas.

La rutina es la enemiga de tantas cosas. Y eso incluye la pasión, porque donde la costumbre se instala como una telaraña, no hay lugar para aquello que nos devuelve las ganas de libertad, de correr por algo, como un caballo en las montañas. Y vale la pena emplear tiempo y recursos en ese rescate de nosotros mismos, más en un tiempo como este. Siempre hay lugar para volver a empezar, y cambiar. Para despertar a aquello que nos hace soñar.

Apuntes sobre Rayuela

Hay libros que necesitan más de una sola lectura para entenderlos en toda su dimensión. Hay otros que, mientras más veces se leen, más desconcertantes se vuelven. Es como si con cada lectura las páginas revelaran más ideas, sentimientos, impresiones… como si cobraran vida. Tanta, que leer las notas al margen escritas por nosotros en lecturas anteriores es como ver un dibujo que le hicimos a mamá cuando teníamos cinco años.

Con Rayuela ha pasado exactamente lo mismo. De por sí es un libro nada convencional, cuya dificultad en seguirlo a veces radica en su estructura –si es que podemos decir que la tiene, pues una de sus pretensiones es salirse de las “turas” y los “ismos”-, en las referencias, en el francés para los que no lo hablamos... El mismo Cortázar dijo que “a su manera, Rayuela es muchos libros”.
No es solamente la historia de Oliveira, de La Maga, de los Traveler o cualquier otro personaje de la obra. Es la historia de una constante búsqueda. “¿Encontraría a la Maga?”, es la primera oración, que define por sí sola el tema central de la obra. Pero Oliveira no busca a la Maga, aún cuando la pierde y se dice que la busca, sino eso que La Maga le ayudaba a buscar, a su manera, entrando y no entrando del todo en el mundo de Oliveira, y ese “sacrificio” que la Maga hizo del “juego” de Oliveira fue su más grande tragedia, fue lo que acabó con ella.

“El centro, el kibutz del deseo, el Cielo”. Formas de describir “eso” que Oliveira busca “como un gran tonto”, como dice la Maga. Una vez más se prueba que las palabras no son suficientes para describir toda la vivencia, el desconcierto humano que es, asimismo, su tragedia.

La primera vez que leí Rayuela me imaginé a los personajes mucho más jóvenes. Ya que desde el principio me hice una imagen mental de los personajes, no presté atención a la aclaración del propio autor más adelante en la obra. Ya en la segunda vez me percaté del error, y fue difícil de asimilar y “recomponer” los personajes en mi mente. Pero lo más difícil fue darme cuenta de que no importa si se tienen 10, 20, 40, 60 años… siempre el Cielo estará a unos centímetros de nosotros, a un leve puntapié a la piedrita para alcanzarlo. El desconcierto, la nostalgia del “Paraíso”, nos acompañará siempre como acompañó a Oliveira en París y Buenos Aires.

En conclusión diría que Rayuela es una descripción de las muchas maneras en que nosotros los seres humanos nos damos contra las paredes buscando eso que ni Oliveira ni nadie ha podido definir. Etienne lo hacía en la pintura, Ronald a fuerza de activismo y de Jazz, todos creyendo que el conocimiento definirá, describirá y explicará eso que llamamos centro, para darse cuenta que el conocimiento per se solo agrava la convicción de que estamos solos ante el mundo, que venimos sin saber lo que buscamos y existe el riesgo de que nos vayamos en las mismas.

Aunque no se le menciona por ningún lado, creo que es básico tener esperanza. Sea donde sea que la busquemos, es lo que nos puede mantener en pie, viviendo al máximo unas veces, sobreviviendo en otras, experimentando, cayéndonos, levantándonos de nuevo… es la capacidad de saber empezar de nuevo cada día, con o sin Kibbutz. Y tal vez así logremos dar el puntapié necesario para hacer llegar la piedrita al Cielo.