viernes, 15 de junio de 2007

Citas de contraportada y otros rituales

Hace unos años vi en una serie televisiva estadounidense cuyo nombre no recuerdo en lo absoluto un episodio sobre un joven escritor que un día de tantos conoció en persona a uno "de renombre", y pasa la media hora que dura el episodio -descontando los comerciales, claro- rogándole a este hombre que le regale una cita para su último libro. Después de mucho correr y rogar, el hombre accede y le da una cita que, francamente, decir que es para partirse de risa es una ofensa.

Pero el joven autor cumplió su cometido. Y el episodio cerró con un "final feliz". Bah! Cada vez que me encuentro con un libro debo admitir que al ver que está escrito en inglés ya me espero las tradicionales citas de la contraportada, esas resaltadas en letras doradas, plateadas, colochas que tratan de convencernos en dos o tres líneas -eso sí, aparte de atractivas, cortas!- por qué el libro que tenemos en nuestras manos es grandioso.

A decir verdad, esa práctica me molesta. Mucho. Soy una lectora sin remedio, y considero que quien escribe un libro es el que de verdad debe convencerme de la calidad del producto. Las opiniones podrán ser importantes, pero no deberían ser un parámetro para decidir si ese libro tiene todo el potencial de gustarme o no. Únicamente yo puedo decidir eso. Además, dado que las citas son muy cortas, nunca pueden aportar información valiosa sobre el contenido del libro o la forma en que está escrito. Más bien la finalidad es puramente comercial. Y eso también me molesta.

Leer es uno de los placeres más personalizados que existen, y algo que a uno le puede parecer grandioso a otro le parece un asco. El mismo libro. Las mismas ideas. Percepciones totalmente distintas. Y ambos pueden ser lectores por conocimiento y por convicción. Y eso atrae. Pero las citas pueden opacar esa sensación de unicidad, de que la forma en que yo me encontraré con esas páginas e ideas es muy particular y si yo quiero decir al final que es grandioso puedo y si no, pues no. Y no tendré en la contraportada -o en la portada, que es peor- citas de "autores de renombre" diciéndome que estoy equivocada si el libro no me gusta en lo absoluto.

La lectura es tan personalizada que incluso cada quien tiene sus propios rituales. Otra cosa que detesto con el alma es cuando los libros están totalmente empaquetados. Si un título me llama la atención, veo la contraportada -tratando de esquivar las citas, claro- y luego paso al índice, algunas veces hasta la introducción. Hay libros que me han atrapado hasta la primera frase. Y me han parecido grandiosos al terminar de leerlos. ¿Y las citas? No, sin citas. En ese momento únicamente yo he decidido por qué ese libro me ha impactado tanto, y tal vez así millones de lectores. Eso no tengo necesidad de saberlo, y quizás el no saberlo le añade placer a la cuestión.

Pero cada vez hay más libros con millones de citas recordándonos que la industria y el comercio están en todas partes, incluso en aquellos parajes que considerábamos más personales, y que muchos artes -el cine y la música quizá los más tocados- nacidos como tal se han convertido en sólo un par de opciones de entretenimiento.

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